En este cuento se narra de forma sencilla y entretenida la historia del olivo, de su fruto y de su principal aprovechamiento el aceite.
Érase una vez una semilla de olivo que viajó miles de kilómetros empujada por el viento. Volaba y volaba sin parar durante el día y la noche. Atravesó mares, sobrevoló montañas y ríos... hasta que un día, el viento paró. La semilla cayó en el suelo húmedo y fértil de un bonito Valle. Allí nació el primer olivo. De este olivo nacieron sus primeros frutos: las aceitunas.
El hombre, que ya andaba por allí, no tardó mucho en darse cuenta de que el olivo y él serían grandes amigos, y que su amistad duraría para siempre. Si el hombre aprendía a cuidarle cada año, el árbol le regalaría un montón de Aceitunas.
Los viejos libros cuentan que pronto el hombre aprendió a extraer aceite de las aceitunas que recolectaba cada año. Pero además también aprendió a usar el aceite para encender sus lámparas, para cuidar la piel... pero sobre todo, sobre todo... para usarlo como alimento.
Los primeros cultivos de olivar se desarrollaron en una región entre Palestina, Creta y Egipto. ¿Sabéis dónde está eso? Allí, poco a poco, perfeccionaron las técnicas para extraer el aceite de las aceitunas. Más tarde, el aceite de oliva se convierte en un producto muy importante para la antigua Grecia y claro, los griegos que era muy viajeros, extendieron el cultivo del olivo por toda Europa.
Como les gustaba además comer siempre con su aceite de oliva allá donde fueran, lo transportaban en unas grandes vasijas de barro llamadas ánforas.
Los romanos heredaron de los griegos estas buenas costumbres. Y en época del Imperio Romano, la Bética (que era como se conocía entonces a la Península Ibérica) enviaba a Roma en barcos sus mejores aceites, en vasijas de barro que se hacían en la cuenca del río Guadalquivir. Eran muchísimas las vasijas españolas, con aceite español, que recibían en Roma. Como por aquel entonces no existía lo de reciclar envases, se dedicaron a amontonar las vasijas a medida que consumían el aceite. Tanto consumieron que con los restos de las vasijas se formó un monte que todavía hoy existe en Roma: monte Testaccio.
Bueno, pero volvamos a nuestra historia. Al principio, el aceite se extraía aplastando las aceitunas con grandes molinos de piedra que eran empujados por humanos y animales. Pero claro, el hombre que es muy listo, como vosotros... aprendió a generar energía, así que empezó a usar máquinas mucho más modernas para poder extraer mejor el aceite sin tener que empujar los pesados molinos de piedra.
Hoy en día, como todos ya sabéis, el hombre ha evolucionado mucho y tenemos técnicas más
modernas para obtener aceite de las aceitunas.
En otoño comienza la recolección. Se puede hacer de tres maneras:
A mano. A lo que llamamos coloquialmente ordeño.
Vareando. Con unos palos largos se golpean las ramas.
Con máquinas vibradoras, que agitan las ramas o incluso el tronco de los olivos para hacer caer las aceitunas.
Se recogen directamente del árbol, sobre redes llamadas "mantos", se llaman "aceitunas de vuelo", a diferencia de la "aceituna de suelo" que, como su propio nombre indica, se recogen después de que la aceituna haya caído sobre el terreno. Una vez que tenemos las aceitunas, se transportan hasta la Almazara o Molino, donde vienen clasificadas antes de entrar en el proceso de producción.
Y ¿Qué creéis que se hace luego? Pues limpiarlas. Se separan las hojas, los tallos... se mira que no tengan polvo... y a veces se les da un lavadito con agua. A continuación pasamos a la molienda. ¿Quién se imagina qué es? Pues consiste en aplastar las aceitunas con unos molinos (generalmente de martillos) para poder sacarles el aceite.
De esta forma se consigue una pasta de aceituna. Pero todavía no hemos separado el aceite. Batimos todo para que, poco a poco, se vayan juntando las gotitas de aceite. Gota a gota se consigue juntar el aceite. Pero ahora hace falta separarlo del agua (Alpechín) y de la parte sólida (Orujo) que componen la pasta de aceituna.
Para separar el aceite centrifugamos la pasta. Que no es otra cosa que meterlo todo en una máquina que, igual que una lavadora, da vueltas a toda velocidad y conseguimos separar el aceite, que pesa menos, del resto de la pasta (agua y sólidos) que es mucho más pesado.
Y amigos... ¡ya tenemos el aceite! Como veis el aceite de oliva virgen que se obtiene mediante este proceso es auténtico zumo de aceituna. Lo clasificamos por calidades, lo conservamos de la mejor manera y, llegado el momento lo metemos en botellas... y directo hasta vuestras casas, ensaladas, frituras y muuuuucho más.
En España, el aceite es todo un símbolo. Es uno de los elementos más importantes de nuestra dieta mediterránea. Lo utilizamos para desayunar, comer y cenar... claro es que está riquiiiiisimo. Hay mucha gente que se lo come con un trocito de pan.
Pero lo curioso de esta historia... es que en España como hay días de mucho viento... la semilla viajó por toooodo el territorio. Y hoy en día si os fijáis al viajar... os daréis cuenta de que hay olivos por todas partes. Pero no todos son iguales. No todos dan las mismas aceitunas y por lo tanto los aceites que se consiguen son diferentes.
Hay variedades para todos los gustos: picual, hojiblanca, arbequina y muchos más...
Está rico de cualquier forma... en las ensaladas, con un chorrito en los bocadillos, frito con carne, pescado, pollo... ummmmmm,,, ¡me está entrando hambre a mi también!
Así que ya sabéis niños... si queréis comer sano y crecer fuertes, no olvidéis usar siempre aceite de oliva porque, además, está para chuparse los dedos.
Y fueron felices... y comieron...
Con aceite de oliva
Fuente: Ministerio de Medio Ambiente