Antonio, el padre que está colaborando en la tarea que estamos realizando en el centro, tratando de acercar el ajedrez a nuestra comunidad educativa y que llevamos a cabo los lunes por la tarde, nos ha traído un interesante libro de iniciación al ajedrez, en el que entre otras muchas informaciones se hace una referencia a una conocida leyenda sobre el ajedrez que incluimos.
Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo reinaba en
cierta parte de la India un rey llamado Sheram. En una de las
batallas en las que participó su ejército perdió a su hijo, y eso
le dejó profundamente consternado. Nada de lo que le ofrecían sus
súbditos lograba alegrarle.
Un buen día un tal Sissa se
presentó en su corte y pidió audiencia. El rey la aceptó y Sissa
le presentó un juego que, aseguró, conseguiría divertirle y
alegrarle de nuevo: el ajedrez.
Después de explicarle las reglas y entregarle un
tablero con sus piezas el rey comenzó a jugar y se sintió
maravillado: jugó y jugó y su pena desapareció en gran parte.
Sissa lo había conseguido.
Sheram, agradecido por tan preciado regalo, le dijo
a Sissa:
El sabio contestó con una inclinación:
– Soy bastante rico como para poder cumplir tu
deseo más elevado –continuó diciendo el rey–. Di la recompensa
que te satisfaga y la recibirás.
Sissa continuó callado.
– No seas tímido –le animó el rey-. Expresa tu
deseo. No escatimaré nada para satisfacerlo.
– Grande es tu magnanimidad, soberano. Pero
concédeme un corto plazo para meditar la respuesta. Mañana, tras
maduras reflexiones, te comunicaré mi petición.
Cuando al día siguiente Sissa se presentó de nuevo
ante el trono, dejó maravillado al rey con su petición, por su
modestia.
– Soberano –dijo Sissa–, manda que me
entreguen un grano de trigo por la primera casilla del tablero del
ajedrez.
– ¿Un simple grano de trigo? –contestó
admirado el rey.
– Sí, soberano. Por la segunda casilla ordena que
me den dos granos; por la tercera, 4; por la cuarta, 8; por la
quinta, 16; por la sexta, 32…
– Basta –le interrumpió irritado el rey–.
Recibirás el trigo correspondiente a las 64 casillas del tablero de
acuerdo con tu deseo; por cada casilla doble cantidad que por la
precedente. Pero has de saber que tu petición es indigna de mi
generosidad. Al pedirme tan mísera recompensa, menosprecias,
irreverente, mi benevolencia. En verdad que, como sabio que eres,
deberías haber dado mayor prueba de respeto ante la bondad de tu
soberano. Retírate. Mis servidores te sacarán un saco con el trigo
que necesitas.
Sissa sonrió, abandonó la sala y quedó esperando
a la puerta del palacio.
Durante la comida, el rey se acordó del inventor
del ajedrez y envió para que se enteraran de si habían entregado ya
al reflexivo Sissa su mezquina recompensa.
– Soberano, tu orden se está cumpliendo –fue la
respuesta–. Los matemáticos de la corte calculan el número de
granos que le corresponde.
Partida corrrespondiente a la edición 2004. Torneo de Linares |
Por la noche, al retirarse a descansar, el rey
preguntó de nuevo cuánto tiempo hacía que Sissa había abandonado
el palacio con su saco de trigo.
– Soberano –le contestaron–, tus matemáticos
trabajan sin descanso y esperan terminar los cálculos al amanecer.
– ¿Por qué va tan despacio este asunto? –gritó
iracundo el rey–. Que mañana, antes de que me despierte, hayan
entregado hasta el último grano de trigo. No acostumbro a dar dos
veces una misma orden.
Por la mañana comunicaron al rey que el matemático
mayor de la corte solicitaba audiencia para presentarle un informe
muy importante.
El rey mandó que le hicieran entrar.
– Antes de comenzar tu informe –le dijo Sheram–,
quiero saber si se ha entregado por fin a Sissa la mísera recompensa
que ha solicitado.
– Precisamente para eso me he atrevido a
presentarme tan temprano –contestó el anciano–. Hemos calculado
escrupulosamente la cantidad total de granos que desea recibir.
Resulta una cifra tan enorme…
– Sea cual fuere su magnitud –le interrumpió
con altivez el rey– mis graneros no empobrecerán. He prometido
darle esa recompensa y, por lo tanto, hay que entregársela.
– Soberano, no depende de tu voluntad el cumplir
semejante deseo. En todos tus graneros no existe la cantidad de trigo
que exige Sissa. Tampoco existe en los graneros de todo el reino.
Hasta los graneros del mundo entero son insuficientes. Si deseas
entregar sin falta la recompensa prometida, ordena que todos los
reinos de la Tierra se conviertan en labrantíos, manda desecar los
mares y océanos, ordena fundir el hielo y la nieve que cubren los
lejanos desiertos del Norte. Que todo el espacio sea totalmente
sembrado de trigo, y toda la cosecha obtenida en estos campos ordena
que sea entregada a Sissa. Solo entonces recibirá su recompensa.
El rey escuchaba lleno de asombro las palabras del
anciano sabio.
– Dime cuál es esa cifra tan monstruosa –dijo
reflexionando–.
– ¡Oh, soberano! Dieciocho trillones
cuatrocientos cuarenta y seis mil setecientos cuarenta y cuatro
billones setenta y tres mil setecientos nueve millones quinientos
cincuenta y un mil seiscientos quince (18.446.744.073.709.551.615)
granos de trigo.
El rey se quedó de piedra. Pero en ese momento
Sissa renunció al presente. Tenía suficiente con haber conseguido
que el rey volviera a estar feliz y además les había dado una
lección matemática que no se esperaban.
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